02 febrero 2009

2008, País Rico, País Pobre

Del año 2008 podremos decir de todo, menos que nos ha aburrido. Ha sido un año que nos ha mantenido, desde principio hasta el fin, sobre una vagoneta, en marcha, en una gigantesca y desvencijada montaña rusa. El trayecto no ha durado minutos, han sido semanas, hasta cincuenta y tres, las que hemos cabalgado sobre los raíles, asombrados, acongojados, preguntándonos con que nos iba a sorprender la siguiente pendiente. Encima, como buen año bisiesto, nos obsequió con un día más.
Dice mi amigo Josémaría, que es contundente con sus ejemplos, que entramos en el 2008 bañándonos y brindando con Moët Chandon y salimos de él, con unos sorbitos de sidra barata, guardando el resto de la botella para las Navidades del 2009, por si acaso aun pintan las cosas a peor. Saludamos al 2008 con todos los aires fanfarrones de País “nuevo rico”, nos despedimos con los bolsillos agujereados y con la mochila cargada de un pesimismo espeso que vete a saber cuando seremos capaces de lo despegárnoslo de encima.
El “será per diners” dio paso al “No tenim un duro”. Frases repetidas en todas partes. Es más de la segunda, la de “No tenim un duro”, algunas entidades bancarias, cerrando el grifo de los prestamos, la han fijado en las puertas de sus sucursales.
Quizás, lo peor que nos pudo pasar a los españoles, fue entrar en el 2008 inmersos en la campaña para unas elecciones generales de marzo.
Cuando medio mundo ya le estaba viendo las orejas al lobo, por aquí el gobierno, que buscaba su reelección, negaba la llegada de lobo, y la oposición, en Babia, parecía como si ignorase que existían los lobos. El barril de petróleo subió y subió. Todo subió, pero cuando el petróleo bajó, nada bajó. Solo la caída del consumo obligó a retocar los precios, a adelantar las rebajas.
De golpe y porrazo nos vimos inmersos en un caos económico y financiero sin saber que había pasado, sin saber que habíamos hecho mal los ciudadanos. Solo los éxitos deportivos, que hubo y muchos, trajeron alegrías momentáneas.
Los telediarios, las primeras páginas de los periódicos, se llenaron de unas quiebras que apestaban a estafa, daban vértigo, con unas cifras que si por una de esas las “traducías” a las antiguas pesetas, el resultado que obtenías, no cabía en una hoja de papel.
Durante meses, en los círculos del gobierno, desapareció la palabra “Crisis”, se buscaron todos los eufemismos posibles e imposibles, se utilizaron los caminos más absurdos, más laberínticos, para explicarle al personal, lo que el personal oía, comentaba, olfateaba, que las cosas estaban yendo mal con tendencia al muy mal. Al final, ya en el último trimestre del año, afloró la palabra de la boca de aquellos que habían hecho de todo, para ver si escampaba, excusándose en que pretendían que no cundiera el pánico. Pero el pánico ya tenía cifras. El número de parados se disparó con tendencia a ir a peor. Las pequeñas empresas fueron cayendo, y las supervivientes cerraron el año entre muy espesos nubarrones. La banca, la señalada como causa, la gran ayudada por el gobierno, siguió incrementando sus beneficios. Paradoja, los pecadores impusieron su penitencia y claro que con ellos mismos no iban a ser severos.
Hubo un día en el 2008 en el que las grúas de la construcción, una a una, fueron desapareciendo del horizonte.
Hubo un día en el 2008 en el que se fue un amigo.
Hubo un día en el 2008 en el que medio mundo creyó que con la elección de un nuevo presidente en los EEUU las cosas podías cambiar. Demasiados problemas y un clavo ardiendo donde asir la esperanza.
Hubo un día en el 2008 que a las doce de la noche, entramos en el tenebroso 2009.
Al fondo una lucecilla de ilusión.
Publicado en el Anuario Las Provincias 2008

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