“La apatía es nuestro gran enemigo. Da igual que sea espiritual, política, personal o pública”. Esta frase la he entresacado de una entrevista reciente que le han hecho a Sean Penn. No se si la expresión es propia del actor o también, como yo, la ha tomado prestada. Pero hay que ver a cuantas cosas, de las que están ocurriendo a nuestro alrededor, se puede aplicar. ¿Apáticos?, ¿dormidos?, tanto da, son calificativos que se pueden aplicar a una sociedad hipnotizada, olvidadiza y como tal muy fácil de ser manipulada, que lo es, que lo somos. Delante de nosotros, se cortan cabezas, en modo figurado y real. No reaccionamos ante nada, pese a que el acontecimiento, tenga todas las trazas de ser una multiplicación de injusticias. Ahora y aquí, está vivo y muy vivo el poema de Martin Niemöller, “Cuando los nazis vinieron a buscar…Guardé silencio….No protesté…Cuando vinieron a buscarme no había nadie más que pudiera protestar”. Aquello era cosa de solidaridad, con el tiempo el concepto y la palabra se prostituyeron, elegimos la comodidad del “yo” antes que otras opciones.
Pero estamos en los amaneceres de una nueva agenda, en plenas subidas y momentáneas Rebajas, así que no nos vamos a poner trascendentes con los restos de los inventarios de final de año. Las cosas son como son, y nosotros unos insignificantes granos de arena. Aunque a veces unos minúsculos granos de arena sean capaces de bloquear la maquina más potente.
Y estaba hablando de injusticias cuando me he acordado de una, digamos mínima, que se produce todos los Diciembres. Para postres, esta mañana, me la ha recordado Luís Gil. ¿Por qué en casi todas las empresas, los que más cobran se llevan las Cestas de Navidad con moets, fuas, caviares y jamones y a los que menos cobran se los quitan de en medio con dos pastillas de turrón, un cava peleón, una ginebra pasada y un crismas del director? ¿Es que ni en
Fernando Martínez Castellano 15 Enero 2008
Publicado en Las Provincias 18 Enero 2008
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