El comprador de un piso subastado se encontró, al entrar en él con la ayuda de un cerrajero, el cadáver momificado de la anterior propietaria. Llevaba más de seis años muerta. Nadie reparó con que la señora no diera señales de vida. Ni familia, ni vecinos, nadie. Ni el banco, ni el juzgado, ni el cartero de los requerimientos, ni los del agua o la luz. Nada. Nadie. Ha sucedido en unos apartamentos en Roses, como podía haber sido en un chamizo en el desierto de Atacama. La soledad de la persona multiplicada al infinito.
Aunque la sensación de soledad también se puede tener en compañía. En compañía la han sentido los vecinos de Patraix a lo largo de unos cuantos años, notando que no les hacían ni puñetero caso.
Claro que las subestaciones eléctricas para el suministro urbano, no pueden estar ni en los cerros de Úbeda ni en el desierto chileno que nombraba más arriba, pero tiene que existir un término medio entre instalarlas en las sierras de Enguera, tal como ironiza un muy hábil maestro, y replantificarla, con el pretexto de se trata de “una ligera reforma” en la calle Gaspar Aguilar, rodeada de viviendas por todas partes.
Decimos, son necesarias las subestaciones, o el nombre técnico que tengan, pero que queden lejos de mi casa. “Lejos de mi casa” puede ser cerca de la tuya. ¡Ay! que le vamos a hacer.
En Patraix y en muchos barrios de Valencia, como en otras ciudades de España, la red eléctrica parece como si estuviera cogida con celo. Con tanta OPA se ha descuidado lo esencial. Se puede preguntar a los comerciantes y vecinos de Colón y Gran Vía, cuantas veces se quedan a dos velas y tres linternas. Dentro de nada, vamos a tener encima las altas temperaturas y las puestas en marcha de los aires acondicionados. Los gabinetes de prensa de las electricas ya tienen a punto las excusas. La demanda punta.
Fernando Martínez Castellano 16 Mayo 2007
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