18 noviembre 2005

UN ESCALON UNA MURALLA

Es una historia que no es única, es tan simple como amarga. Tristeza es lo que genera el ver a una mujer empujando, con mucho esfuerzo, una humilde silla de ruedas en la que lleva a su hijo y a un trozo de madera en la red debajo del asiento de su chico. De su desprotegido chico. Mi amigo Carlos, dominando lo descriptivo, les diría que el hijo es un niño con cuerpo de hombre, y que la madre coraje tiene bastante menos edad de la que aparenta. La he vuelto a ver otros días, en la misma acera, con su hijo, la silla, la madera y alguna bolsa. Observándola, he tenido la sensación de invadir su intimidad, aun estando en medio de la calle.
La buena mujer, avanza como puede sorteando todos los obstáculos de las aceras. Cuando tiene que cruzar la calle, si se encuentra con que existe una rampa y además no hay ningún automóvil invadiéndola, entonces puede pasar. Cuando no hay rampa, hay miles de aceras que no las tienen, o un egoísta ha plantado allí su coche, pasa por donde puede, echándole aun más agallas a su sacrificio, busca huecos entre muchos más coches, entonces saca de la bandeja la tabla y la coloca junto al bordillo para que haga de escalón y le pueda suavizar el esfuerzo de subir o bajar. El tablón, el gran invento. Después, se agacha, recoge la madera y avanza hacia lo que le espera en la siguiente esquina. He sentido una gran vergüenza, por ser un mirón desde lejos, por no correr a ayudarle, por la pasividad de otros y por la que a mi me toca. No queremos darnos cuenta de que las aceras están llenas de impedimentos para quien empuja una silla de ruedas, un carrito de niño, o palpa los peligros con un bastón blanco.
A esta pobre madre, para la que un escalón es una muralla, y que ha solicitado, no recuerda desde cuando, para su hijo, una silla con motor eléctrico para hacerle, menos dura la vida diaria, a esta mujer, y a otros y otras que se hallan en las mismas circunstancias, tengamos un poco de prudencia cuando les hablamos de mega proyectos, de grandes eventos, mientras somos incapaces de rebajar bordillos, facilitarles más ayudas, o cuidar donde aparcamos. Cuando para muchos de ellos, su casa es su prisión, su calle un acantilado, y el resto de Valencia algo muy lejano.
Fernando Martínez Castellano
17 Octubre 2005
Publicado en Las Provincias el 18 Noviembre 2005

1 comentario:

Vicente Torres dijo...

Como bien sabes, facilitar la vida a los demás no resulta muy vistoso para los señores concejales. No pueden poner luego la placa en ningún sitio. Y, en general, entre las personas instaladas son muy pocas las capaces de mover un músculo por el prójimo. Se dedican más bien a guardar la viña.
Saludos

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