19 octubre 2007

hasta la próxima

Dicen, de uno que, todos los días, le pedía a Dios, que le tocase la lotería. Harto de tantas súplicas, un día, el buen Dios, le dijo al insistente “Te echaría una mano en algún sorteo, si al menos comprases un décimo”. Este cuento nos debería sonar a los valencianos. Aquí se arriesga demasiado con que la Providencia nos cubra las espaldas y a veces le pedimos mucho. Los hechos se repiten, como si no supiésemos de la inestabilidad que viene con las primeras semanas de todos los Otoños.

Las lluvias, las gotas, frías o calientes, nos dejan con las vergüenzas al aire. Las vergüenzas y las faltas de previsión. Prevenir debe de ser caro. Pero no todo es cuestión de barrancos, cañotes, paseos marítimos que actúan como presas, alcantarillados que no han crecido al ritmo de la población, de planeamientos urbanos inexistentes, hay más cosas. Bajo el paraguas, ¡ay el paraguas!, del desarrollo, se está consistiendo demasiado.

Juan Ponce y su esposa quisieron pasar cuatro días, de la semana acueducto en un Hotel con muchas estrellas y mucho Sol al píe del Peñón de Ifach. Le instalaron en el decimoquinto piso. Unas vistas magníficas sobre las Salinas hasta que….

Llegaron las lluvias sobre Calpe, con ellas todos los problemas producto de la negligencia y/o de las nulas inspecciones necesarias para la seguridad de un establecimiento con doscientas habitaciones. El hotel, inundadas sus salidas, se convirtió en una cárcel, de allí no se podía mover nadie. Juan no tuvo más remedio que, previo pago, prorrogar un día más su estancia. Al inundarse los sótanos falló la energía. Fallaron los ascensores, el suministro de agua y por fallar, fallaron hasta las obligatorias luces de emergencia. Goteras. Todo a oscuras. Ni un generador. Ni un cabo de vela, ni una linterna, solo la luz de las pantallas de los móviles. Quince pisos arriba, quince pisos abajo. Así, tarde, noche y mañana. Ni una explicación. ¿Quién inspecciona la seguridad de estos establecimientos?

No cabe la excusa de una gran tormenta, hay diferencias entre un campamento indio y un hotel cargado de estrellas.

Al abandonar el hotel a Juan, no le devolvieron ni un céntimo, llenó una hoja de reclamaciones, después me lo contó a mi y yo se lo cuento a ustedes. Es una historia real.

Fernando Martínez Castellano 16 Octubre 2007

Publicado en Las Provincias 19 Octubre 2007

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