Los sobresaltos, como las penas no son buenos, te dejan el corazón hecho jirones. La palabra “sobresalto” en si, ya intimida, ya suena a algo roto. Si además el sobresalto se produce en estos tiempos que tenemos prendidos con alfileres, el estremecimiento está asegurado. Y una sacudida ha recorrido esta España, camisa blanca de nuestra esperanza, de arriba abajo, en las vísperas de San Vicente. ¡Ya lo decía yo!, dijeron los más escarmentados, ¡En todas partes hay incontrolados!, pensaron los más confiados.
Altea, que tantas veces lloró en los tristes días de Ermua, en los asesinatos de Manuel Broseta, de Ernest Lluch, en la salvajada de Hipercor, en el ataque al Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza, en decenas de muertes, de amputaciones sin ton ni son, me subrayó un artículo que había leído, semanas atrás, a Carmen Rigalt, decía “Las dos palabras que más se han repetido estos días han sido confiar y desconfiar. Nadie me obliga a elegir una, pero yo la elijo. Quiero confiar”.
Me decía Altea, que ella tampoco consideraba que tenía que elegir, ni hacer mil veces autos de fe, ni construir moldes de acero y cemento. Quiere fiarse de los políticos que nos representan, aunque a algunos ni les haya votado, ni les vote nunca. Son cosas suyas, cosas de cada uno.
Altea, como millones de españoles, como casi todos los españoles deberíamos de decir, quiere que todo salga bien. Quiere que nadie se sienta ni olvidado ni aun más victima. Ella, que ha sufrido lo suyo, sabe que es más difícil olvidar que perdonar, por eso confía en que sin olvidar, las victimas, los hijos de las victimas, hagan otro sacrificio de aun más generosidad.
Quiere no volver a poner ningún vela frente al Ayuntamiento, maldiciendo el terror entre dientes. Quiere que nadie trunque la esperanza de un pueblo que quiere creer que es posible vivir en Paz. Quiere volver a recorrer los valles, los caminos que rompen los verdes, los densos bosques, los caseríos, los acantilados al borde del Cantábrico. Quiere que el chirimiri le vuelva a dar en la cara. Quiere pasear por el Casco Viejo sin notar miradas de desconfianza. Quiere sentir una tierra hermosa tan suya como la del Mediterráneo. Quiere que la confianza remplace lo temeroso.
Fernando Martínez Castellano 25 Abril 2006
Altea, que tantas veces lloró en los tristes días de Ermua, en los asesinatos de Manuel Broseta, de Ernest Lluch, en la salvajada de Hipercor, en el ataque al Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza, en decenas de muertes, de amputaciones sin ton ni son, me subrayó un artículo que había leído, semanas atrás, a Carmen Rigalt, decía “Las dos palabras que más se han repetido estos días han sido confiar y desconfiar. Nadie me obliga a elegir una, pero yo la elijo. Quiero confiar”.
Me decía Altea, que ella tampoco consideraba que tenía que elegir, ni hacer mil veces autos de fe, ni construir moldes de acero y cemento. Quiere fiarse de los políticos que nos representan, aunque a algunos ni les haya votado, ni les vote nunca. Son cosas suyas, cosas de cada uno.
Altea, como millones de españoles, como casi todos los españoles deberíamos de decir, quiere que todo salga bien. Quiere que nadie se sienta ni olvidado ni aun más victima. Ella, que ha sufrido lo suyo, sabe que es más difícil olvidar que perdonar, por eso confía en que sin olvidar, las victimas, los hijos de las victimas, hagan otro sacrificio de aun más generosidad.
Quiere no volver a poner ningún vela frente al Ayuntamiento, maldiciendo el terror entre dientes. Quiere que nadie trunque la esperanza de un pueblo que quiere creer que es posible vivir en Paz. Quiere volver a recorrer los valles, los caminos que rompen los verdes, los densos bosques, los caseríos, los acantilados al borde del Cantábrico. Quiere que el chirimiri le vuelva a dar en la cara. Quiere pasear por el Casco Viejo sin notar miradas de desconfianza. Quiere sentir una tierra hermosa tan suya como la del Mediterráneo. Quiere que la confianza remplace lo temeroso.
Fernando Martínez Castellano 25 Abril 2006
Publicado en Las Provincias 28 Abril 2006
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