Hace demasiados años, en la edad de las inocencias, la palabra “camello” traía a la memoria las películas con desierto, la cabalgata de los Reyes Magos y las fotografías de unos amigos que habían ido a las Canarias. Nos llamaba la atención lo de las dos jorobas que eran como su gran despensa. Sus primos los dromedarios debían ser más pobres pues solo lucían una. Cosas de eso, de la inocencia o de la ignorancia.
En los gilipollescos(por decir algo fino) ochenta, la palabra “camello” mutó su significado, cambió lo que con anterioridad nos querían dar a entender esas seis letras. El “camello”, la nave del desierto, se convirtió en un mamífero parásito, en un vendedor de toda clase de drogas, en un chupasangres, en un correo de mierda, en un especulador de la irresponsabilidad, en un vividor del dinero fácil obtenido sin esfuerzo alguno. Que nadie confunda a los “camellos” con esos pobres “pringaos” que arrastran sus miserias hacia el hiper de la droga. Los “camellos” llevan ropa de marca, montan motos potentes y coches tan espectaculares como caros. El dinero fácil les ha embrutecido de tal modo que son incapaces de medir la ilegalidad de su comercio.
De antemano sé que ningún “camello” va a perder su preciado tiempo leyendo esta columna que los pone a parir, sus negocios van por otros caminos que creen dominar, por unos senderos de asombrosa impunidad, zanganeando alrededor de sus clientes-victimas.
No escribo para ellos, escribo para los que tienen un mínimo de responsabilidad en esta sociedad española que demuestra ser cada día más insensible, pongo en negro sobre blanco porque creo que aun se pueden despertar unas autoridades a las que ha sobrepasado el problema de la droga, la distribución de la droga. Responsables somos todos, pero unos tienen medios para atajar y otros solo podemos ser animadores de sus decisiones, el día que las tomen.
Que España detente el espeluznante “honor” de ser el primer país de Europa y el segundo del mundo, en consumo de cocaína, que superemos en proporción a los Estados Unidos, debería quebrarnos las carnes.
Que después de la publicación del informe que sitúa a nuestro país en el puesto más alto de un emponzoñado y vergonzoso podium es para que se nos caiga la cara de cuajo.
No deben, no nos debemos de conformar con diez, diez mil, cien mil aprehensiones de coca, puesto que si se rasca un poco, te enteras que el menudeo está, ahí mismo, a la vuelta de la esquina.
Para qué tanta tontería, que si el fumar está pasado de moda(aclaro que desde hace doce o trece años solo fumo los puros que me regala Carlos Pajuelo), para qué tantos esfuerzos en tonterías, mientras se están esnifando millones de rayas casi a la vista de todos.
Parece como si el mundo de los políticos anduviera por unas vías tras unos problemas que ellos mismos están creando, ellos si que parecen que están en otra galaxia, mientras que a la convivencia civil le crecen las jorobas. Los planes, nacionales, autonómicos y municipales de erradicación, nos da la impresión que de cuatro spots, y otros tantos carteles no pasan. Lo lloraremos, vaya si lo lloraremos todos, los vivos y hasta los muertos.
Fernando Martínez Castellano 8 Septiembre 2005
Publicado en Las Provincias el 9 Octubre 2005
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