Maldita Crisis, maldita sea, por lo que a todos nos está
cambiando, por la desilusión, el miedo a lo que pueda venir, el terror a que el
futuro pueda ser aun peor. Maldito “rescate”, maldito préstamo, malditos eufemismos que ocultan
verdades escondidas en el fondo del enloquecido laberinto.
Así inició Luís Gil una charrada conmigo,
manoteando como si quisiera atrapar lo inatrapable, aderezándola con un puñado
de tacos.
Luís me quiso poner un ejemplo, muy próximo a él,
de los efectos de esta puñetera crispación que estamos viviendo y que todo lo
envenena.
Y Luís me contó de un grupo de amigos que ya
cantan los setenta, todos compañeros de aulas y pupitre desde los años de pantalón
corto y babero a rayas azules. Seis décadas como mínimo de recuerdos comunes, en la mochila de cada
uno. Es tal el grado de la nostalgia, de lo que fueron, el deseo de cada uno de
revivir momentos de la infancia y juventud, antes que el calendario los
emborrone, enfatizaba Luís, que incluso algunos concurren desde bastantes
kilómetros cada vez que se convocan las reuniones semestrales.
Detallaba mi amigo, que a la última comida,
acudieron treinta. Se preguntaron por la tensión, el colesterol, los hijos, los
nietos, los muertos. En la sobremesa, saltó, era lógico, tienen su edad pero no
viven aislados en una burbuja, la cruel situación que estamos atravesando. Y
allí estalló la reunión. Sucedió lo que nunca les había sucedido. Aquello fue
un reflejo de España, por un lado unos que querían que el caos exterior no
traspasase las puertas del salón, por otro lado, otros que querían participar
sus inquietudes con aquellos con los que habían compartido fútbol en los
recreos, con los que se habían contado películas, con los que habían
descubierto a Brigitte, Kim, Gina, a las alumnas del Loreto y Teresianas, la
Gran Vía, el genio del Hermano Javier, y…,y……
Algunos ni se despidieron.
Hubo a quien le saltaron lágrimas, viendo el
enfado entre compañeros, entre amigos.
Hubo quien pensó que quizás aquella era, por
edad, por ambiente, por el abismo de la Crisis, era la última reunión.
Todo esto, muy cabreado me lo contó Luís. Solo
eran una gota, treinta abuelos, en medio de un océano de desespero.
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