15 junio 2012

LA ÚLTIMA COMIDA


Maldita Crisis, maldita sea, por lo que a todos nos está cambiando, por la desilusión, el miedo a lo que pueda venir, el terror a que el futuro pueda ser aun peor. Maldito “rescate”, maldito préstamo, malditos eufemismos que ocultan verdades escondidas en el fondo del enloquecido laberinto.
Así inició Luís Gil una charrada conmigo, manoteando como si quisiera atrapar lo inatrapable, aderezándola con un puñado de tacos.
Luís me quiso poner un ejemplo, muy próximo a él, de los efectos de esta puñetera crispación que estamos viviendo y que todo lo envenena.
Y Luís me contó de un grupo de amigos que ya cantan los setenta, todos compañeros de aulas y pupitre desde los años de pantalón corto y babero a   rayas azules. Seis décadas como mínimo de recuerdos comunes, en la mochila de cada uno. Es tal el grado de la nostalgia, de lo que fueron, el deseo de cada uno de revivir momentos de la infancia y juventud, antes que el calendario los emborrone, enfatizaba Luís, que incluso algunos concurren desde bastantes kilómetros cada vez que se convocan las reuniones semestrales.
Detallaba mi amigo, que a la última comida, acudieron treinta. Se preguntaron por la tensión, el colesterol, los hijos, los nietos, los muertos. En la sobremesa, saltó, era lógico, tienen su edad pero no viven aislados en una burbuja, la cruel situación que estamos atravesando. Y allí estalló la reunión. Sucedió lo que nunca les había sucedido. Aquello fue un reflejo de España, por un lado unos que querían que el caos exterior no traspasase las puertas del salón, por otro lado, otros que querían participar sus inquietudes con aquellos con los que habían compartido fútbol en los recreos, con los que se habían contado películas, con los que habían descubierto a Brigitte, Kim, Gina, a las alumnas del Loreto y Teresianas, la Gran Vía, el genio del Hermano Javier, y…,y…… 
Algunos ni se despidieron.
Hubo a quien le saltaron lágrimas, viendo el enfado entre compañeros, entre amigos.
Hubo quien pensó que quizás aquella era, por edad, por ambiente, por el abismo de la Crisis, era la última reunión.
Todo esto, muy cabreado me lo contó Luís. Solo eran una gota, treinta abuelos, en medio de un océano de desespero.

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