Como decía Luís Gil, antes de perderse fascinado en Praga, hay algunas cuantas cosas sobre la mesa de la actualidad, que se veían venir. Cuando Luís hizo las predicciones acerca de los huevos, el oro y las gallinas, no echó mano a las cartas del tarot, ni a una guija, ni leyó los posos del café, ni consultó al brujo ese que se anuncia en los buzones. Luís, sin cargas de pesimismo, solo tuvo que escuchar y ver lo que había a su alrededor o sufrir los abusos en carne propia.
¿Quién no se ha pasmado yendo por una carretera, oteando desde lo alto de una terraza, paseando por la ciudad, de las infinitas grúas de la construcción que había a derecha e izquierda? ¿Quién no se ha asustado leyendo los precios que pedían, y piden, por una vivienda, mini o súper, adosada o pareada, en el centro, en la periferia, o en el más allá? ¿Quién no se ha permitido el lujo de pronosticar “esto tiene que pegar un petardazo”? ¿Quién no ha hecho unos mínimos cálculos y ha llegado a la conclusión que lo de
Me contaba Luís, que a finales de Primavera, cuando la temporada todavía no era alta, se acercaron él y Norma, a ver la que ya no queda de las Salinas de Calp. No se les ocurrió otra cosa que comer, por allí, en un chiringuito de los de mantel y servilletas de papel. En una carta más corta que un sms, eligieron dos cervezas, unos pescaditos fritos y par de pizzas. Solo a Luís se le ocurre pedir esas cosas. Los pescaditos estaban apelmazados. Las pizzas acababan de salir del frigorífico del super de la esquina. No pidieron nada más que la cuenta. Treinta y nueve euros le sacaron del fondo del bolsillo y del alma. ¿Alguien se asombra de que este verano haya habido mesas vacías en bares y cafeterías de playa?. Si han matado a la gallina y al granjero. ¿Ahora quien y como se resucita este muerto?.
Publicado en Las Provincias 14 Septiembre 2007
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