Tras la esperanza en el País Vasco y una vez que se haya celebrado el referéndum para que los catalanes aprueben su nuevo Estatut, a mediados de Junio, todo apunta a que Rodríguez Zapatero remodelará el gobierno que preside. El desgaste que ha sufrido el gabinete en estos dos años pasados, le ha colocado en una situación de la que se ve obligado a salir ya. Desde las distintas familias socialistas, le reclaman a ZP que los cambios se produzcan de inmediato. Han sido muchos titubeos, novatadas, que a lo peor todas ellas solo han servido para ocultar, en algunos casos, una gran ineptitud. A ese deterioro, enorme se podría decir sin pecar de exagerados, que unos miembros del gobierno han aportado granos de arena y otros camiones. Uno de los “areneros” ha sido Jordi Sevilla. Sevilla, además de provocar innecesarios movimientos sísmicos en la silla de Rafa Rubio en el Ayuntamiento de Valencia, ha gestionado peor que mal las etapas de vida del nuevo Estatut catalán. Tiene que existir por ahí, alguna encuesta que determine la merma de votos que le han supuesto a Rodríguez Zapatero los balbuceos políticos de Sevilla y no digamos de Maragall. A más, el inmediato futuro, que se presenta muy denso, va a exigir políticos, muy políticos en los dos grandes partidos.
Cambiando totalmente de asunto y hablando de botes. Alguien que controla la claque, que se instala a los píes del balcón municipal capitalino, en tanto así que haya una concentración festiva multitudinaria, ese alguien debería poner un veto a tanto ¡que bote.....¡. Hay que recomendar un límite a esa “espontaneidad” dirigida. De la artificiosidad de los saltos al espantoso ridículo solo hay milímetros. Después de haberle aplicado al Rey el suplicio del ¡que bote...¡ y oteando en el próximo horizonte la visita papal, me temo, que en esa desmesura, en ese deseo de convertirlo todo en un falso populismo, en el preámbulo de un mitin electoral, alguien pueda continuar con la tentación de querer que Valencia entre en el Guinness como la ciudad en la que todo el mundo bota. Con un poco de suerte, igual le entra el conocimiento al controlador de la claque y es capaz de dar vacaciones a sus boteros, durante la estancia de Benedicto XVI.
Fernando Martínez Castellano 22 Marzo 2006
Cambiando totalmente de asunto y hablando de botes. Alguien que controla la claque, que se instala a los píes del balcón municipal capitalino, en tanto así que haya una concentración festiva multitudinaria, ese alguien debería poner un veto a tanto ¡que bote.....¡. Hay que recomendar un límite a esa “espontaneidad” dirigida. De la artificiosidad de los saltos al espantoso ridículo solo hay milímetros. Después de haberle aplicado al Rey el suplicio del ¡que bote...¡ y oteando en el próximo horizonte la visita papal, me temo, que en esa desmesura, en ese deseo de convertirlo todo en un falso populismo, en el preámbulo de un mitin electoral, alguien pueda continuar con la tentación de querer que Valencia entre en el Guinness como la ciudad en la que todo el mundo bota. Con un poco de suerte, igual le entra el conocimiento al controlador de la claque y es capaz de dar vacaciones a sus boteros, durante la estancia de Benedicto XVI.
Fernando Martínez Castellano 22 Marzo 2006
Publicado en Las Provincias 24 Marzo 2006
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