04 febrero 2012

PSICOFONIAS


Ya hace unos años, Altea compró una nevera de aire, que hace más ruidos que un centenar de gaiteros después de ingerir un caldero de fabada.
Intrigada, Altea, al escuchar,  en el silencio de la noche, tanto gemido, tanto jadeo, en la cocina, pensó que aquello eran voces que venían desde el más allá.
Ni corta, ni perezosa, contactó con un profesional en el asunto de los sonidos. Le llenaron la casa de micrófonos que se ponían en marcha cada noche a partir de las doce. De todo aquel tinglado, salieron unas cuantas grabaciones que Altea,  vendió, a peso de oro, a una cadena de radio que hacía mucho caso a lo de las psicofonías. En los suspiros de la nevera de Altea, especialistas en la materia creyeron encontrar voces del Conde de Montecristo, de Moctezuma, y recuerdos para la madre de un árbitro en Mestalla. Como todos, escuchamos lo que queremos escuchar, pues eso. Las voces de las cintas estuvieron en un trís de ganar un premio nacional de radio.
Pero lo bueno de esta historia, es que Altea, con el dinero que recogió de la venta de los susurros, becó a unos jóvenes ingenieros para que le fabricasen un artilugio para traducir sonidos. Dado los tiempos que corren, la pela es la pela, antes de irse hacia Alemania, los ingenieros, le entregaron a Altea su máquina de sonido.
No vean que cosa más maravillosa. Un micrófono recogía las voces por un lado, las procesaba, y las emitía por un altavoz. Disponía de un mando, con el que se podía elegir el tipo de salida: Comercial, Política, Positiva. Un prodigio.
Por ejemplo y al azar, por el micro entraba la palabra “amiguito”, usted ponía la salida “comercial” y la trasladaba a “Muy Señor mío”.
Otro ejemplo, a azar también, “No se subirán los impuestos”, ponías la conexión “política”, y la máquina de Altea decía, “Lo sentimos pero les toca rascarse los bolsillos”    
Pero un día, Altea puso ante el aparato una radio en la que hablaba un político que apelaba a “la transparencia”. Altea giró a la acción de “positiva”. Unas atronadoras carcajadas salieron por el altavoz antes que la máquina botase y se fundiese sobre la mesa. El trasto enmudeció para siempre.
La nevera sigue resoplando y gruñendo.

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