El bravo animal acosado, en medio del gentío, paró en seco, tenía que
descansar un poco de la carrera. Notó como le desafiaban. Como siempre. Ya
había pasado otras noches, ya sabía como el alcohol fabricaba valientes. Miró a
su alrededor. Vio unos carteles tras unas cristaleras. No sabía leer, por regla
general los toros no saben leer, pero algo le dijo que aquellos anuncios tan
coloreados no decían del todo la verdad. Había escuchado en el corral, voces
que decían que las cosas no iban bien, que en el invierno seguro que recortarían
todo, hasta su ración de pienso, que los bancos no soltaban un duro, que no
aparecían responsables, que nadie asumía que se hubiera equivocado, que pintaba
muy negro el presente y el futuro. Alzó la cabeza, las astas pinchando el
cielo, frente a él estaba el inconfundible logo. Hasta un toro sabía que ahora aquello
era un banco. Buscó la puerta y la encontró. Bramó, rascó el suelo con las
patas delanteras. Agachó la testuz, tomó una ligera carrerilla, la gente
aterrada se apartó, chilló. Un par de topetazos y la puerta del banco se abrió de
par en par, las lunas hechas polvo. Gritos, olés y aplausos.
El gentío estupefacto se preguntaba ¿Habrá pedido
un préstamo hipotecario y le han dicho que nones?, ¿Tanto le ha molestado la
subida de comisiones?, ¿Hasta los toros se han enterado de lo que nosotros no
queremos enterarnos? ¿Será por el recibo del agua?
“Renegón”, ese era el nombre con el que el
ganadero había inscrito al toro, acabó su trabajo aquella noche. Corrió las
calles de arriba a abajo y de abajo a arriba, dio unos revolcones, fue
aplaudido como en su vida, en fin todo un profesional de la fiesta
subvencionada. Quedó satisfecho con lo de la puerta. Sin matar a nadie había
gozaría de unas líneas en la prensa y una anotación en la partida de gastos de
la entidad bancaria. Sería, por unos días, tan famoso como su primo de Wall Street, el de los
testículos manoseados.
NOTA. Lo del destrozo de la puerta es real.
Sucedió la semana pasada en un pueblo del Camp de Morvedre. Lo que no es tan
cierto, es que los toros sepan leer. Tampoco creo que la Crisis les preocupe
tanto como a los que estamos al otro lado de la barrera.
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