La historia nos manifiesta que los italianos han sido maestros en muchos campos, en otros tuvieron la pericia de convertir lo simple en exquisito, en otros se las ingeniaron para sacar mil conejos de la chistera de la nada, en otros se les atribuyeron autorías aunque solo “pasasen por allí” en el momento oportuno, dominan como nadie las artes del autobombo y la de tener suerte, tienen mucha suerte, o la saben buscar. Miles de cosas, positivas y negativas, se podría decir de ellos, con todas las reservas que hay que dar a eso de generalizar.
Pero en lo que los dioses no estuvieron muy acertados con ellos, fue en eso de señalizar las direcciones de las carreteras, sobre todo en las consideradas como de segundo orden. Un caos. Ni las ayudas de mapas, ni los modernos GPS. Un caos de tal calibre que ellos mismos, preguntan por el camino a... incluso encontrándose al píe de una señal que lo indica. Preguntan por la reserva que les da la experiencia, y su aun mayor desconfianza hacia todo lo que proviene de la Administración, sea esta la que sea.
Quizás, todo lo que he expuesto hasta aquí sea para justificar una cadena de equivocaciones propias dentro del enredado laberinto de carreteras italianas de segundo y tercer rango. Al fin, tras la penúltima curva, encontramos un lugar de esos en los que quisieras perderte y en el que luego no te pudiesen encontrar. Llegamos a Ibla, el barrio antiguo de Ragusa. Valieron la pena tantas penas. Toda Ibla, el barroco de Ibla es Patrimonio de la UNESCO.
Los visitantes se fascinan ante la Catedral de S. Giorgio, y la veintena de Iglesias que la rodean en un radio de trescientos metros. Los visitantes se preguntan qué es lo que llevó, hace tres siglos, a los habitantes de Ibla a construir, en aquel rincón de Sicilia, templos, palacios de dimensiones grandiosas, compitiendo con sus más próximos en la belleza de las fachadas. Los visitantes se asombran ante el sugerente nombre de uno de los cinco ateneos en un elegante Palacete, Circolo di Conversazione. Solo el nombre ya invita a la participación.
Parece que el reloj dejó de avanzar. Calles, Plazas, Palacetes, Balcones, Personas inducen a esta conclusión.
No cabe la indiferencia ante Ibla, Noto, y el resto de Sicilia.
Fernando Martínez Castellano 16 Agosto 2006
Pero en lo que los dioses no estuvieron muy acertados con ellos, fue en eso de señalizar las direcciones de las carreteras, sobre todo en las consideradas como de segundo orden. Un caos. Ni las ayudas de mapas, ni los modernos GPS. Un caos de tal calibre que ellos mismos, preguntan por el camino a... incluso encontrándose al píe de una señal que lo indica. Preguntan por la reserva que les da la experiencia, y su aun mayor desconfianza hacia todo lo que proviene de la Administración, sea esta la que sea.
Quizás, todo lo que he expuesto hasta aquí sea para justificar una cadena de equivocaciones propias dentro del enredado laberinto de carreteras italianas de segundo y tercer rango. Al fin, tras la penúltima curva, encontramos un lugar de esos en los que quisieras perderte y en el que luego no te pudiesen encontrar. Llegamos a Ibla, el barrio antiguo de Ragusa. Valieron la pena tantas penas. Toda Ibla, el barroco de Ibla es Patrimonio de la UNESCO.
Los visitantes se fascinan ante la Catedral de S. Giorgio, y la veintena de Iglesias que la rodean en un radio de trescientos metros. Los visitantes se preguntan qué es lo que llevó, hace tres siglos, a los habitantes de Ibla a construir, en aquel rincón de Sicilia, templos, palacios de dimensiones grandiosas, compitiendo con sus más próximos en la belleza de las fachadas. Los visitantes se asombran ante el sugerente nombre de uno de los cinco ateneos en un elegante Palacete, Circolo di Conversazione. Solo el nombre ya invita a la participación.
Parece que el reloj dejó de avanzar. Calles, Plazas, Palacetes, Balcones, Personas inducen a esta conclusión.
No cabe la indiferencia ante Ibla, Noto, y el resto de Sicilia.
Fernando Martínez Castellano 16 Agosto 2006
Publicado en Las Provincias 18 Agosto 2006
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