Hace años alguien dijo que Valencia iba a ser la California europea. No era por lo de las naranjas, ni por el clima, lo decía por la riqueza, por los avances industriales, por comparar el Parque Tecnológico de Paterna con Silicon Valley. Mientras afirmaba lo primero, su política daba todos los pasos para que nos fuéramos convirtiendo en la Florida del Mediterráneo. Los últimos censos, los últimos datos sobre la industria valenciana confirman que estamos más cerca de “ser” Florida, con todo lo bueno, con todo lo malo. Los sueños californianos apenas han quedado en una “ciudad del cine”.
Por cierto, qué extraña relación la que mantenemos con los EEUU, al margen de Bush y Rodríguez Zapatero, los envidiamos, los imitamos, aunque algunas veces nos salgan bastante mal las copias y sobre todo no los conocemos, como seguro que ellos tampoco a nosotros.
Estábamos con lo de California. El miércoles 18 en LP, se publicaba una fotografía realizada pocas horas antes de que Clarence Ray Allen, anciano de setenta y seis años fuera ejecutado. Clarence además de anciano, indio, ciego, sordo, diabético era un asesino y seguro que en el momento en el que se celebró su juicio era pobre, lo bastante pobre como para no poder contratar a uno de esos abogados a los que California, ha glorificado vía dos mil películas.
En el colmo de la estupidez, de la hipocresía, en la última cena que le dieron a Clarence, los postres y helados con sacarina, no fuera que entrase en coma diabético y les agriase el acto. ¡Que gilipollez tan grande!. La pena de muerte es un acto de venganza. A la venganza no hay ningún credo que la justifique, se sirva en plato frío o caliente.
En la fotografía aparecía, el condenado ahora ya difunto, rodeado de cuatro familiares. Todos sonrientes. Debían de estar diciendo, chiiiiiissss, patata o el nombre de la madre del momificado Suarsenege, gobernador de California. En un principio la foto me dio mucho yuyu, pero mas tarde, observando mejor las caras, la sonrisa de la sobrina, debía de ser sobrina, se me pasó. Pensé mal, allí estaban todos, menos el reo, celebrando el haber vendido los derechos de la vida de Clarence a un productor de Hollywwod, cosas de los Usas. Quizás el tiempo dirá.
Fernando Martínez Castellano 18 Enero 2006
Por cierto, qué extraña relación la que mantenemos con los EEUU, al margen de Bush y Rodríguez Zapatero, los envidiamos, los imitamos, aunque algunas veces nos salgan bastante mal las copias y sobre todo no los conocemos, como seguro que ellos tampoco a nosotros.
Estábamos con lo de California. El miércoles 18 en LP, se publicaba una fotografía realizada pocas horas antes de que Clarence Ray Allen, anciano de setenta y seis años fuera ejecutado. Clarence además de anciano, indio, ciego, sordo, diabético era un asesino y seguro que en el momento en el que se celebró su juicio era pobre, lo bastante pobre como para no poder contratar a uno de esos abogados a los que California, ha glorificado vía dos mil películas.
En el colmo de la estupidez, de la hipocresía, en la última cena que le dieron a Clarence, los postres y helados con sacarina, no fuera que entrase en coma diabético y les agriase el acto. ¡Que gilipollez tan grande!. La pena de muerte es un acto de venganza. A la venganza no hay ningún credo que la justifique, se sirva en plato frío o caliente.
En la fotografía aparecía, el condenado ahora ya difunto, rodeado de cuatro familiares. Todos sonrientes. Debían de estar diciendo, chiiiiiissss, patata o el nombre de la madre del momificado Suarsenege, gobernador de California. En un principio la foto me dio mucho yuyu, pero mas tarde, observando mejor las caras, la sonrisa de la sobrina, debía de ser sobrina, se me pasó. Pensé mal, allí estaban todos, menos el reo, celebrando el haber vendido los derechos de la vida de Clarence a un productor de Hollywwod, cosas de los Usas. Quizás el tiempo dirá.
Fernando Martínez Castellano 18 Enero 2006
Publicado en Las Provincias el 20 Enero 2006
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