Estoy hasta el pirri del señor Monago, de los
monagos, de su demagogia, de sus lágrimas, de confundir el trabajo, y de que
pongan caritas de borreguitos víctimas de los malvados, malvados que de los que
no nos explican si son amigos o enemigos. Los monagos siguen, sin darse cuenta
de que el personal está más cabreado porque se le mintió, se le robó, que por
sus canas al aire. Siguen con su erre que erre, alojándose, cada vez que mal hablan,
más en el laberinto del enredo.
Los ayer repartidores del carnet de la decencia
política, los lenguaraces, algunos ahora insolitamente callados, deberían ir
minutando las apariciones de sus escándalos, los que querían ser conocidos, ya
son conocidos y vaya si son conocidos.
Y es que en los últimos tiempos algunos como el
aun presidente de Extremadura se ha metido en nuestras casas aun más que Pablo
Iglesias, el de Podemos. Hay que ver, que publicidad se le está haciendo al
neonato Podemos.
Cada escándalo, y mira que hay, pero ojo que no
todos son de políticos, cada viaje pagado con dinero público, y no justificado,
cada monago, cada blesa, cada historia rara de caminos puertos y canales, cada
novela aun más rara de colegios profesionales, cada estafa que se destapa pero
no se ataja, cada vez que sale a la luz que la Administración se tima a si
misma, timando a sus trabajadores con contratos basura-basura, cada vez es un
montón de cabreo y otro montón de intenciones electorales para un inclasificable
partido, con toda su estructura copiada de la de “los partidos de la casta”, del
que se intuye el uso del mayor de los centralismos.
España necesita el gran cambio, antes que estallé
el sospechado gran escándalo. España necesita que los vientos agiten sus ramas
y caiga toda la hojarasca corroída. Corruptos y corruptores. Los que dan y los
que cogen, los que venden favores y los que solo saben hacer si antes han
comprado los favores.
España ve como se desmorona una era, como aquí se
ha timado, robado, defraudado desde muchos frentes. España necesita una
profunda y autentica regeneración ética y de que cada uno asumamos nuestra
participación en el todo.
Pensemos, aunque solo sea un instante, pensemos
si no todos hemos sido un poco culpables por haber mirado hacia otro lado, por
haber sido comprados con pan y circo, por no habernos hecho un puñado de
preguntas.
Ya de una vez, que se palpen los hechos, que las
palabras no sean huecas, que cuando se diga que se va a acometer algo, que se
haga de una puñetera vez. No necesitamos que se nos cuenten más historias, no
nos hace falta que pretendan ilusionarnos con absurdos. Debemos entrar en
tiempos de limpiar la casa profundamente, e intentar dejar un País mejor del
que recibimos.
Creo que esta columna ya la he escrito dos o tres
veces, debe de ser cosa de la edad, o del desespero, del triste desespero.
Publicado en Las Provincias 19 Noviembre 2014
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