01 marzo 2005

la tragedia del crítico gastronómico

Andaba escuchando los comentarios de un critico gastronómico sobre un reciente certamen-concurso culinario, andaba escuchando con el deleite con que, desde el micrófono, describía algunos de los platos, que se palpaba que allí había más devoción que obligación. Entre que la hora era una de esas, en las que las tripas te reclaman actividad y que aquel comentarista se complacía contándonos las texturas y sabores de cada uno de los ingredientes, cual Matías Prats de la cocina, el caso es que seguro que a nueve de cada diez oyentes que sintonizábamos en aquel momento el programa, se nos puso en marcha la fábrica de jugos gástricos. No había ni oídos ni paladares que se resistiesen al entusiasmo con el que nos describía las gachas de Ademuz, el “ajopebre” en el que el bacalao sustituye a las anguilas, y “les orelletes” de Xátiva.

Ponía el hombre tanto entusiasmo que no pude dejar de pensar, también son ganas de incordiar las mías, en lo que le puede suceder el día que le gaste una mala pasada el colesterol, el azúcar o la presión arterial. Si para cualquier mortal, cualquiera de estas alteraciones físicas es un incordio, para un crítico gastronómico debe de ser un drama bordeando la tragedia, porque se supone que tienen que probar los platos que describen y muchísimos más, y también está contrastado que a los galenos, en el momento que pones los píes en su consulta, lo que les priva es eso de prohibir mientras te atiborran de píldoras.

Pensé preguntarle a Carlos Pajuelo si se puede considerar accidente laboral el que se le dispare el colesterol a un comentarista del arte de las sartenes, pero Carlos está muy ocupado rebuscando nombres y apodos de aquellos camisas azulonas que con su Formación del Espíritu Nacional transitaban por las aulas de toda una generación. Al final, como casi siempre, Ximo me ha aclarado que lo que con tanto papeo, puede afectar a los críticos gastronómicos se considera “enfermedad profesional”, que hasta llega a desembocar en incapacidad laboral.

¿Qué les sucederá a los críticos de cine y televisión? ¿Y a los de libros, si llegan a leerse algo más que las solapas y contraportada? ¿Y a los que leen columnas?. Miles de “enfermos profesionales”.

Fernando Martínez Castellano 1 Marzo 2005
Publicado en Las Provincias

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