Cuéntame otro cuento, que consiga que, por unos minutos,
me olvide de la subida de mi pensión en Enero, que no me recuerde los precios
de la luz y del agua, que no piense en los sinvergüenzas que han esquilmado
nuestro País, que no me corroa la sangre por la ineptitud para resolver los
políticos, problemas políticos, que no estalle por las continuas ruindades, que
no haga caso a los rumores de otro sustazo bancario, que no repase Feria ni
Puerto, ni Noos, ni vos.
Cuéntame otro cuento, aunque sea el cóctel que dicen
que mezcla alguna verdad, muchas porciones de amistades peligrosas, y muchas
más de invenciones fantasiosas. Cuéntame, cuéntanos a los españoles el cuento
del Garbancito de la Meseta.
Quizás lo entienda un poco, y se aclara una pizca
lo inexplicable.
No quiero creer que algo de todo el cuento pueda
ser verdad, pero demasiados indicios apuntan a que quizás hay demasiadas cosas
ciertas en toda esta historia de picaros, bribones y bergantes.
En momentos en los que se amontonan corrupción,
tratos amañados, contratos fraudulentos, sin resolver el problema catalán, en
estos justos momentos surge la historia del llamado “pequeño Nicolas”.
La historia es para echarse a temblar.
Si es cierta, malo, y si es falsa, malo, malo.
Si es cierta, la cadena de ceses y dimisiones
debería llegar desde Finisterra al Cabo de Creus, y si es falsa, habría que
darle la enhorabuena al director de escena que ha hecho que por unos días los
españoles hayan hablado de un veinteañero melifluo, barbilampiño, y carente de
la labia que se le suponía, cuyo único merito fue elegir, en su día, el camino
FAES hacia la fama.
Si es cierta, es para que los españoles nos lo
hagamos ver, y si todo es una invención de las de “inocente, inocente”, de las
de “todo sea por la audiencia”, también deberíamos pasar por el diván del
siquiatra.
Si las declaraciones, a los que algunos medios
han elevado a una categoría inusitada, tienen algo, aunque sea algo, de verdad,
demostrarían que, como sociedad, estamos más que desprotegidos, demostrarían
que el decimonónico “usted no sabe quien soy yo” se abre paso por unos círculos
a los que se les supone que disponen de los suficientes filtros como para que
no sucedan las rocambolescas peripecias del Nico.
Si hay algo de cierto, temblemos, no nos
escandalicemos de las black cards, ni de los timos piramidales, observemos con
que facilidad, a golpe de móvil, se manejan los bienes del Patrimonio Nacional,
observemos cómo se inclinaron algunos ante el chaval, cuando olfatearon alguna
posibilidad de negocio.
Si hay algo de cierto, veamos quien, como y
porqué utilizó al osado jovenzuelo para unas fabulaciones propias de una
telenovela venezolana de las malas, que ya es decir.
Cuéntame un cuento, que la noche está que arde,
decía la canción de Celtas Cortos que, casualidad, también son gallegos.
Publicado en Las Provincias 26 Noviembre 2014
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