Somos como un enorme, gran bazar, tenemos de
todo, caldereros, sastres, escuchas, soldados, espías, pisos francos, escopetas,
fontaneros, escapadas de fin de semana, y hasta topos que lo van piando todo al
primero que les atiende. No nos falta de nada, ni tan siquiera toneladas de
mimbres para tejer, otra vez más, el cesto del ridículo. Estamos condenados,
mejor dicho nos han condenado, a hacer equilibrios en el filo de lo grotesco.
Repasas la semana y compruebas como insisten en
superar a la semana anterior. Y lo consiguen. Progreso para mal. Los hechos,
aislados o embutidos en el fárrago de noticias, hablan.
Con la que está cayendo por todas partes. Con un
fin de ciclo tan próximo que se palpa, aunque no se quiera ver. Con un gobierno
autonómico que ni pincha ni corta, ni en las tres provincias ni en el resto del
País. Con una gestión que tiene más agujeros que la versión francesa del queso
Gruyere. Con unos gestores que parece que están más pendientes de acomodar su
futuro a siete meses vista, que en el trabajo que tienen sobre la mesa. Con una
Comunidad en la que se le mueren los pinos de aburrimiento, se le caen las
palmeras por desidia y no hay un duro para arreglar un bache, a alguien se le
ocurre montar un tinglado de interrogatorios de espionaje, contraespionaje, de
Bonds, de Mata Haris, que adelanta a Mortadelo, Filemón, Pepe Gotera y todas
las familias de la historia de las historietas.
Ya está bien de querer vendernos la cabra, de que
el “interrogador” montó la operación por su cuenta. Montar una operación, por
libre, contra unos camellos de la droga, por si tirando, tirando, del hilo
aparece un cartel con laboratorios clandestinos de coca, es digno de una de las
medallas del Nou d’Octubre, pero montar una operación policial contra el
entorno del Vicepresidente del Gobierno
de la Generalitat, ya es otra cosa, un poquito más gorda, más liosa, más
extraña, más de dar explicaciones.
Qué mal suena, en un Estado democrático, juntar las
palabras “interrogatorio” y “político”, “asesor”, “jefe de Comunicación”.
¿Pero esto no se había acabado? ¿Pero no estaba
ya amortizado que al personal le importaba un pito si en Presidencia se tomaban
yogures de fresa o bífidos con cereales? ¿Pero no hay ya, unas dos mil leyes de
transparencia que nos deben de aclarar el destino de todos los euros que pasan
por los presupuestos nacionales, autonómicos, provinciales y municipales? ¿O es
que la cosa no va por ahí? Que no se trata de notas de supermercados, ni de
cuentas de hotelitos con encanto, sino que todavía colean facturas silenciadas
en cajones, de visitas papales, de formulas unos, de ferias, de financiaciones,
de ciudades ilusorias, de acuerdos secretos, de vete a saber en que líos aun más,
nos han metido, y que en el día menos pensado sale a la superficie. Eso va a
ser.
Fernando Martínez Castellano
14 Octubre 2014
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