Ayer comí con mi amigo Gustavo.
No pretendo que
sea noticia comer con un amigo. A
Gustavo lo conoce media Valencia y la otra mitad no sabe lo que se ha perdido.
Para
mi, comer con Gustavo, tener una larga sobremesa, es como comer conmigo mismo
cuando titubeaba por los quince, cuando caminaba por los veinticinco, cuando
volaba por los treinta y cinco, tropezaba a los cuarenta y cinco, volvía a
tropezar en los cincuenta y cinco, me serenaba a los sesenta y cinco y ahora en
la espera de lo inesperado charlo con los amigos.
Tras hablar de lo humano y lo divino, de lo que
son los hombres y lo que son sus religiones, después de haber repasado
anécdotas que ya habíamos repasado miles de veces, después de haber hablado de
amigos que veíamos y ya no veíamos, después de reconocer, Gustavo, lo guapas
que son mis primas, va y a nosotros, a un par de señores mayores, en los periódicos
dirían “un par de ancianos”, se nos ocurrió y lo comentamos con Altea, con
Koldo, hablar de la Valencia que vivimos, que pateamos, yo en el día, y él un
poco más tarde, de aquella Valencia que se nos fue. De aquella ciudad, de la
que de vez en cuando nos envían enlaces de Internet con colecciones de fotos
antiguas de unas calles, unas plazas, unos edificios, que muchas veces ya no
están, pero nosotros recordamos haberlas visto, haber visto aquellos tranvías
abarrotados, aquellos sogeas que acercaban al personal a las playas, anteriores
a la popularización del seiscientos, antes que aparecieran las francesas y los
bikinis en este lado del Mediterráneo.
Y no sé porqué, saltamos desde la Plaza del
Ayuntamiento, antes con otros singulares nombres, de la plaza de los sesenta al
impersonal y vacío espacio actual, y a la España que cada día se despierta con
noticias más inquietantes que el día anterior, a los sobresaltos que cada
mañana nos pegan a los señores mayores.
No sé como decirles, antes que causas mayores lo
impidan, coman con viejos amigos, hagan largas sobremesas, caminen hacia atrás.
Es más sano que hacerlo en el presente.
PD
Días después de haber escrito y publicado esta columna en Las Provincias, un amigo nos invitó a comer, a Ximo Castillo a y mi, en un restaurante de la playa de las Arenas. uno que dice que es "estimat" ¡¡¡Qué cañazo!! le pegaron a Rafa Cobos. ¡¡Que desproporción entre calidad y precio¡¡ Que no se quejen de "lo mal que van las cosas a los hosteleros", no se puede cobrar 25 euros por un plato de arroz con alguna gamba pelada, con algún trozo de sepieta, el resto de la comida en ese mismo plano. Un timo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario