Fueron tiempos, acontecimientos, que nos debieron
de agarrar embelesados en el sueño. Estábamos tan encantados de habernos
conocido, de creernos que nos hallábamos en la cima del mundo que aquello, el estallido
de la burbuja, el estallido de sueños huecos, nos pilló de sopetón.
Quizás pensábamos que todo era pasajero, ya cruzamos,
en años anteriores, por un bache en el que calculamos que nos quedábamos descolgados,
ante las grandes inversiones estatales en Madrid, Barcelona, y Sevilla. Sobrevivimos
a los fastos del 92.
Lo nuestro no era estar en la medianía, ni andar
suplicando más atención, en euros y en cariño. En negro sobre blanco gritamos
que “queríamos que nos quisieran”. Inventamos eventos con el ánimo de subir a
la fama y por precipitados, por ilusos, por creernos “nuevos ricos”, recibimos “cornás”
de truhanes internacionales.
Salimos del bache, trepamos y nos sentamos en la
cumbre. O eso presumíamos, porque también volvimos a ser victimas, eso sí, con
nuestra colaboración, entre otros, de algún que otro canoso pícaro al que le
gustaban más nuestros euros que pasearse por el Mercado Central y no fue al
único, al boss de la F1, al que le atrajeron los euritos y la prodigalidad de
los valencianos.
De la frondosa arboleda fueron cayendo las hojas,
una detrás de otra, en poco tiempo, y nosotros en Babia. Perdimos, de modo
exagerado, protagonismo en el concierto nacional y seguimos ofuscados entre las
nubes de colores. No abrimos la boca. No vendimos, regalamos.
Y no sé, porqué estoy escribiendo en plural,
cuando la mayor parte de los actos que nos llevaron hasta aquí tienen unos
autores con nombres y apellidos, cuando “nosotros” muchos de nosotros solo
fuimos atónitos testigos de lo que estaba sucediendo. Pero nuestro silencio nos
hizo cómplices.
Hoy puede caer una de las últimas hojas, pese a
estar en Primavera, aun siguen cayendo hojas. Esta será más dramática. Entre
populismos, salvapatrias y demagogias que no resisten el más mínimo paso por el
cedazo de la lógica. Nos agitan como peleles. Mienten, porque la mentira es
gratis en España. El tiempo lo dirá, salvo error y omisión. Si los nervios no
acaban antes con nosotros, y nos peguemos otro gran batacazo.
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